
¡Ah! esta vida de mi infancia, la enorme brecha hacia todos los tiempos, sobrenaturalmente sobrio, aun más desinteresado que el mejor de los mendigos, orgulloso de ser apátrida y carecer de amistades, que estupidez todo aquello. Y sólo hasta hoy me doy cuenta.
Tuve razón en despreciar esos buenos hombres que no pierden la ocasión de una caricia, parásitos de la limpieza y la salud de nuestras mujeres, ahora que ellas están tan poco de acuerdo con nosotros.
Tuve razón en todos mis desdenes, así pues ¡me evado!, ¡me evado!
Me explico.
Ayer aún suspiraba: Cielo somos tantos los condenados en la tierra. Llevo tanto tiempo entre esta turba. Los conozco a todos: nos reconocemos siempre; nos repugnamos. Desconocemos la caridad. Pero somos educados, y nuestras relaciones con el mundo son las más convenientes.
No comments:
Post a Comment