Friday, April 10, 2009

El velo de las palabras


Mas ya he hablado bastante. Mal sirven las palabras el sentido misterioso de las cosas; siempre deforman más o menos lo que se dice, y a menudo se desliza en el discurso un dejo de falsedad o de locura. Pero asimismo esto lo encuentro muy bien y de ningun modo me disgusta. De buena gana consiento en que la sabiduría de un hombre tenga cierto aire de locura a los ojos de alguno de sus prójimos.

Govinda escuchaba callado.

¿Por qué pregunto con voz vacilante unos momentos después, por qué me has hablado así de la piedra?

Por cierto que fue sin intención, y acaso porque me siento unido a ellas, a este río a estas cosas que vemos y que todas tienen algo que enseñarnos. Si, Govinda, soy capaz de amar una piedra, un árbol y hasta un pedazo de cortesa. Son cosas y por tanto cabe amarlas. Pero algo hay que me siento incapaz de amar: las palabras. He aquí por qué no hago caso a las doctrinas. Carecen de dureza, de blancura, de color, de perfume, de gusto; sólo una cosa tienen: palabras. Tal vez por ello tú nunca alcances la paz. Oh, Govinda, tú te pierdes en el laberinto de las frases, pues sabe, amigo mío que ración y virtud, Sansara y Nirvana. No existe el Nirvana, únicamente existe la palabra Nirvana.

Wednesday, April 8, 2009

La Soledad de Siddhartha


Mas ahora, otra idea se imponía con vigor a su espíritu despierto: No soy el que era; he dejado de ser asceta, tampoco soy sacerdote o brahmán. ¿Qué haré, pues en mi casa junto a mi padre? ¿Estudiar? ¿Sacrificar? ¿Entregarme a la meditación? No, todo esto ha terminado, ha salido para siempre de mi camino.
Inmóvil, Siddharta permanecía allí, parado, y por un instante, apenas el lapso de una aspiración, sintió frío en el corazón; percatosé a qué punto se hallaba solo y sintió que algo, semejante a un pequeño animal, pájaro o liebre, se helaba en su pecho. Durante años careció de hogar y ni siquiera reparó en ello. Ahora sí. Inclusive en los momentos de más profunda abstracción había sido el hijo de su padre, un brahmán, un intelectual, un hombre respetado. Ahora era únicamente Siddhartha, el despierto nada más. Aspiró aire con todas sus fuerzas y durante un momento tiritó. Su soledad era absoluta. No existía un solo noble que no tuviese relaciones con otro noble, ni un obrero que no conociese a otros obreros, a quienes pudiese recurrir, cuya existencia compartir; no existía un solo brahmán, que como tal, no contase entre los brahmanes y no viviese con ellos, ni un asceta que no encontrara un refugio junto a los samanas. Tampoco el eremita más solitario del bosque se hallaba solo, pues, aunque aislado, también él pertenecía a algo: su estado le unía a la humanidad. Govinda se había hecho monje y otros monjes de hábito, creencias y lenguas idénticos eran sus hermanos. Mas él, Siddhartha, ¿a quién, a qué pertenecía? ¿Qué vida compartiría? ¿Qué lengua hablaría?

En ese instante parecióle que el mundo se hundía en la nada. Mas al sentirse perdido como una estrella en el cielo, al sentir que su corazón se helaba y su coraje flaqueaba, se endureció, se irguió más fuerte, más que nunca en posesión de su yo. Había comprendido que esta última experiencia suya era el postrer estremecimiento del despertar, el último espasmo del nacer. Volvió entonces a ponerse en marcha, rápidamente, con la impaciencia de un hombre urgido de llegar, ¿dónde? No lo sabía; pero no era a su hogar, ni al de su padre.

Siddhartha
Herman Hesse

Gotama y Siddhartha


Tienes razón al decir que poco importan las opiniones. Pero permíteme agregar algo más. Ni por un instante dudé de que fueses Buda, que hubieras alcanzado la meta en pos de la cual se esfuerzan miles de brahmanes. ¡Tu has logrado liberarte de la muerte! Y esta liberación, fruto de tus propias búsquedas sobre tu propio camino, la alcanzaste mediante el pensamiento, la meditación, el conocimiento y la iluminación. No por la doctrina. Y pienso que nadie llegará a la liberación merced a una doctrina. A nadie, oh venerable, podrás comunicar por la palabra y la doctrina tu instante de iluminación. Muchas cosas encierra la doctrina del gran Buda. Muchas cosas enseña: comportarse honestamente, evitar el mal. Pero esta doctrina, tan esclarecida y respetable, no dice el secreto de lo que el sublime mismo ha vivido, él sólo, entre centenares de miles de seres humanos. Esto es lo que he pensado y discernido al escucharte. Y es también por esta razón que continuaré mis peregrinaciones... no para buscar otra doctrina, pues sé que no existe mejor, sino para alejarme de todas las doctrinas y de todos los maestros. He de alcanzar solo mi objetivo o morir. Pero a menudo, oh Sublime, a menudo recordaré este día, esta hora en que me fue dado contemplar a un santo.

Siddhartha.
Herman Hesse.

Tuesday, April 7, 2009

Paz y Borges


¿De qué pueden hablar los dioses?

Epitaphe de Moliere


Aquí yace Moliere, el rey de los actores. En estos momentos hace de muerto y de verdad que bien lo hace.