La mexicana simplemente no tiene voluntad. Su cuerpo duerme y sólo se enciende si alguien lo despierta. Nunca es pregunta, sino respuesta, materia fácil y vibrante que la imaginación y la sensualidad masculina esculpen. Frente a la actividad que despliegan las otras mujeres, que desean cautivar a los hombres a través de la agilidad de su espíritu o del movimiento de su cuerpo, la mexicana opone un cierto hieratismo, un resposo hecho al mismo tiempo de ESPERA Y DESDEN. El hombre revolotea a su alrededor, la festeja, la canta, hacer caracolear su caballo o su imaginación. Ella se vela en el recato y la inmovilidad. Es un ídolo. Como todos los ídolos es dueña de fuerzas magnéticas, cuya eficacia y poder crecen a medida que el foco emisor es más PASIVO Y SECRETO. Analogía cósmica: la mujer no busca, atrae. Y el centro de su atracción es su sexo, oculto, pasivo. Inmóvil sol secreto.
Máscaras Mexicanas. El Laberinto de la Soledad, Paz, Octavio. México 1950.
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