
Pienso en la insatisfacción, verdadera amargura, que nos embarga después de todo intento de integración en la naturaleza no es más que el castigo de nuestra avidez. No estamos hechos para vivir en ella, como ella, sino con ella. El mundo se nos presenta como una forma, como un sutil equilibrio, o, desequilibrio de proporciones; pero nosotros no podemos vivir en su desnuda sencillez: queremos que signifique algo, que deje de ser una presencia, y se convierta en una representación. Que represente algo, no el puro movimiento o la sola inmovilidad sino un proceso - un progreso - o una eternidad. Vemos a la belleza, al mundo objetivo, con ojos fenicios. Tal es la doctrina del fin de la vida, del objeto de moverse en el cosmos, tan fielmente retratada en la gaya ciencia. Pero esta exigencia se nos aparece como una necesidad del hombre; consiste, en el fondo, en un deseo de seguridad, no en una desinteresada comprensión. Y esto es lo que nos impide ser formas, dichosas e ignorantes, en el mundo de las formas.
Somos, para siempre, los descontentos del universo. Los que siempre pedimos más. Jamás entenderemos su simplicidad y su fuerza, porque cuando lo intentamos lo reducimos a una seco, trunco sistema. ¡Qué alegre, abandonada desesperación será la que nos hunda en el fluir de las cosas, en el sueño de las raíces, en el clamor oprimido de las aguas! ¡Más allá de todo lo humano, en donde la sangre corre, ignorante de sí, bañando huesos ciegos, músculos hermosos! Y eso es la muerte, la reintegración al mundo de la célula, a la inmovilidad del polvo y a la oscuridad de los ríos.
México 1935.
Octavio Paz.
Somos, para siempre, los descontentos del universo. Los que siempre pedimos más. Jamás entenderemos su simplicidad y su fuerza, porque cuando lo intentamos lo reducimos a una seco, trunco sistema. ¡Qué alegre, abandonada desesperación será la que nos hunda en el fluir de las cosas, en el sueño de las raíces, en el clamor oprimido de las aguas! ¡Más allá de todo lo humano, en donde la sangre corre, ignorante de sí, bañando huesos ciegos, músculos hermosos! Y eso es la muerte, la reintegración al mundo de la célula, a la inmovilidad del polvo y a la oscuridad de los ríos.
México 1935.
Octavio Paz.
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