Tuesday, July 29, 2008

Cualidades del espíritu


¡Manténgase lejos de aquí cualquier tipo de fraude!, para ser amada has de ser amable, y eso no te lo proporcionará tu cara ni tu apariencia externa únicamente. Aunque seas Nireo, a quien el antiguo Homero adoraba, o el joven Hilas, criminalmente raptado por las Náyades, para llegar a poseer a tu señora y para que no te admires de verte abandonado. añade a los dondes del cuerpo las cualidades del espíritu. La hermosura es un bien quebradizo y conforme va ganando en años disminuye y se consume ella misma con el transcurrir del tiempo. Tampoco las violetas ni los lirios entreabriéndose florecen siempre, y, al perderse la rosa, queda punzante la espina. También a ti que eres hermoso, habrá un tiempo en que te llegarán los cabellos canos, un tiempo en que llegarán las arrugas que te surcarán el cuerpo. Dispón ya tu espíritu para que perdure y colócalo junto a la hermosura: sólo él permanece hasta la pira funeraria. Y pon también especial interés en cultivar tu mente con las artes liberales y en aprender las dos lenguas.

Publio Ovidio Nasón

Los Versos


¿Para qué voy a aconsejarte que le envíes también versos de amor? ay de mí! la poesía no goza de excesiva consideración. La poesía recibe alabanzas pero lo que se busca son los grandes regalos: hasta un bárbaro resulta agradable con tal que sea rico. Ahora sí que estamos en la edad de oro: los grandes honores llegan gracias al oro, el amor se consigue con el oro. Aunque vengas en persona, Homero, acompañado de las musas, si no traes nada de regalo, te irás, Homero, a la calle. Hay sin embargo también jóvenes cultas, aunque en escaso número; otro grupo hay de jóvenes que no lo son, pero quieren serlo. A las de ambos bandos has de elogiar mediante los versos; que el lector elogie tus versos, como quiera que sean, por su dulce musicalidad. Así que para unas o para otras un poema dedicado a ellas, que te ha mantenido en vela toda la noche, será quizá el equivalente de un pequeño regalo.

Publio Ovidio Nasón.

Wednesday, July 16, 2008

Psicoanálisis del Mexicano.


¿Qué dosis de verdad puede soportar el hombre?
- F. Nietzsche.

Ya otros han hablado de la inferioridad de nuestra raza, pero nadie, que sepamos se ha valido sistemáticamente de esta idea para explicar nuestro carácter. Lo que por primera vez se intenta en este ensayo, es el aprovechamiento metódico de las teorías psicológicas de Adler al caso mexicano. Debe suponerse la existencia de un complejo de inferioridad en todos los individuos que manifiestan una exagerada preocupación por afirmar su personalidad; que se interesan vivamente por todas las cosas o situaciones que significan poder, y que tienen un agán inmoderado de predominar, de ser en todo los primeros. Afirma Adler que el sentimiento de inferioridad aparece en el niño al darse cuenta de lo insignificante de su fuerza en comparación con la de sus padres. Al nacer México, se encontró en el mundo civilizado en la misma relación del niño frente a sus mayores. Se presentaban en la historia cuando ya imperaba una civilización madura, que sólo a medias puede comprender un espíritu infantil. De esta situación desventajosa nace el sentimiento de inferioridad que se agravó con la conquista, el mestizaje y hasta por la magnitud desproporcionada de la naturaleza. Pero este sentimiento no actúa de modo sensible en el carácter mexicano, sino al hacerse independiente, en el primer tercio de la centuria pasada.
Se ha creído innecesario fundar esta interpretación acumulando documentos. Si el lector se interesa honradamente en la cuestión y acoge estas ideas de buena voluntad, encontrará en sus propias observaciones los datos para comprobarlas. Antes de hacer una descripción anecdótica de la vida mexicana, hemos querido establecer cómo funciona en general el alma del individuo, cuáles son sus reacciones habituales y a qué móviles obedecen.
No hay razón para que el lector se ofenda al leer estas páginas, en donde no se afirma que el mexicano sea inferior, sino que se siente inferior, lo cual es cosa muy distinta. Si en algunos casos individuales el sentimiento de inferioridad traduce deficiencias orgánicas o psíquicas reales, en la mayoría de los mexicanos es una ilusión colectiva que resulta de medir al hombre con escalas de valores muy altos, correspondientes a países de edad avanzada. Lo invitamos, pues, a penetrar en nuestras ideas con entera ecuanimidad. Si no obstante estas aclaraciones el lector se siente lastimado, lo lamentamos sinceramente, pero confirmaremos que en nuestros países de América existe, como dice Keyserling "un primado de la susceptibilidad"; y así su reacción de disgusto sería la más rotunda comprobación de nuestra tesis.

EL PELADO

Para descubrir el resorte fundamental del alma mexicana fue preciso examinar algunos de sus grandes movimientos colectivos. Platón sostenía que el Estado es una imagen agrandada del individuo. A continuación demostraremos que, en efecto, el mexicano se comporta en su mundo privado lo mismo que en la vida pública.
La psicología del mexicano es resultante de las reacciones para ocultar un sentimiento de inferioridad. En el primer capítulo de este libro se ha explicado que tal propósito se logra falseando la representación del mundo externo, De manera de exaltar la conciencia que el mexicano tiene de su valor. Imita en su país las formas de civilización europea, para sentir que su valor es igual al del hombre europeo y formar dentro de sus ciudades un grupo privilegiado que se considera superior a todos aquellos mexicanos que viven fuera de la civilización. Pero el proceso de ficción no puede detenerse en las cosas exteriores, ni basta eso para restablecer el equilibrio psíquico que el sentimiento de inferioridad ha roto. Aquel proceso se aplica también al propio individuo, falseando la idea que tiene de sí mismo. El psicoanálisis del mexicano, en su aspecto individual, es el tema que ahora abordaremos.
Para comprender el mecanismo de la mente mexicana, la examinaremos en un tipo social en donde todos sus movimientos se encuentran exacerbados, de tal suerte que se percibe muy bien el sentido de su trayectoria. El mejor ejemplar para su estudio es el "pelado" mexicano, pues él constituye la expresión más elemental y bien dibujada del carácter nacional. No hablaremos de su aspecto pintoresco, que se ha reproducido hasta el cansancio en el teatro popular. Aquí sólo nos interesa verlo por dentro, para saber qué fuerzas elementales determinan su carácter. Su nombre lo define con mucha exactitud. Es un individuo que lleva su alma al descubierto, sin que nada esconda en sus más íntimos resortes. Ostenta cínicamente ciertos impulsos elementales que otros hombres procuran disimular. "El pelado pertenece a una fauna social de categoría ínfima y representa el desecho huumano de la gran ciudad. En la jerarquía económica es menos que un proletario y en la intelectual un primitivo. La vida le ha sido hostil por todos lados, y su actitud ante ella es de un negro resentimiento. Es un ser de naturaleza explosiva cuyo trato es peligroso, porque estalla al roce más leve. Sus explosiones son verbales, y tienen como tema la afirmación de sí mismo en su lenguaje grosero y agresivo. Ha creado un dialecto propio cuyo léxico abunda en palabras de uso corriente a las que de un sentido nuevo. Es un animal que se entrega a pantomimas de ferocidad para asustar a los demás haciéndole creer que es más fuerte de su situación real en la vida, que es la de un cero a la izquierda. Esta verdad desagradable trata de asomar a la superficie de la conciencia, pero se lo impide otra fuerza que mantiene dentro de lo inconsciente cuanto puede rebajar el sentimiento de la valía personal. Toda circunstancia exterior que pueda hacer resaltar el sentimiento de menor valía provocará una reacción violenta del individuo con la mira de sobreponerse a la depresión. De aquí una constante irratibilidad que lo hace reñir con los demás por el motivo más insignificante. El espíritu belicoso no se explica, en este caso, por un sentimiento de hostilidad al género humano. El "pelado" busca la riña como un excitante para elevar el tono de su yo deprimido. Necesita un punto de apoyo para recobrar la fe en sí mismo, pero como está desprovisto de todo valor real, tiene que suplirlo con uno ficticio. Es como un náufrago que se agita en la nada y descubre de improviso una tabla de salvación: LA VIRILIDAD. La terminología del "pelado" abunda en alusiones sexuales que revelan una obsesión fálica, nacida para considerar el órgano sexual como símbolo de la fuerza masculina. En sus combates verbales atribuye al adversario una femineidad imaginaria, reservando para sí el papel masculino. Con este ardid pretende afirmar su superioridad sobre el contrincante.
Quisiéramos demostrar estas ideas con ejemplos. Desgraciadamente, el lenguaje del "pelado" es de un realismo tan crudo, que es imposible transcribir muchas de sus fráses más características. No podemos omitir, sin embargo, ciertas expresiones típicas. El lector no debe tomar a mal que citemos aquí palabras que en México no se pronuncias más que en conversaciones íntimas, pues el psicólogo ve, a través de su vulgaridad y grosería, otro sentido más noble. Y sería imperdobable que prescindiera de un valioso material de estudio por ceder a una mal entendida decencia de lenguaje. Sería como si un químico rehusara analizar las sustancias que huelen mal.
Aun cuando el "pelado" mexicano sea completamente desgraciado, se consuela con gritar a todo el mundo que tiene "muchos huevos". Lo importante es advertir que en este órgano no hace residir solamente una especei de potencia, la sexual, sino toda clase de potencia humana. Para el "pelado", un hombre que triunfa en cualquier actividad y en cualquier parte, es porque tiene "muchos huevos". Citaremos otra de sus expresiones favoritas: "Yo soy tu padre", cuya intención es claramente afirmar el predominio. Es seguro que en nuestras sociedad patriarcales el padre es para todo el hombre el símbolo de poder. Es preciso advertir también que la obsesión fálica, en cuyo fondo yace la idea de la fecundidad y la vida eterna. El falo sugiere al "pelado" la idea del poder. De aquí ha derivado un concepto muy emprobecido del hombre. Como él es, en efecto un ser sin contenido sustancial, trata de llenar su vacío con el único valor que está a su alcance: el de macho. Este concepto popular del hombre se ha convertido en un prejuicio funesto para todo mexicano. Cuando éste se compara con el hombre civilizado extranjero y resalta su nulidad, se consuela del siguiente modo: "Un europeo dice tiene la ciencia, el arte, la técnica etc. aquí no tenemos nada de esto, pero somos muy hombres". Hombres en la acepción zoológica de la palabra, es decir, un macho, que disfruta de toda la potencia animal. El mexicano, amante de ser fanfarrón, cree que esa potencia se demuestra con la valentía. Si supiera que esa valentía es una cortina de humo!
No debemos, pues, dejarnos engañar por las apariencias. El "pelado" no es ni un hombre fuerte ni un hombre valiente. La fisonomía que nos muestra es falsa. Se trata de un "camouflage" para despistar a él y a todos los que lo tratan. Puede establecerse que, mientras las manifestaciones de valentía y de fuerza son mayores, mayor es la debilidad que se quiere cubrir. Por más que con esta ilusión el "pelado" se engañe a sí mismo, mientras su debilidad esté presente, amenazado traicionarlo, no puede estar seguro de su fuerza. Vive en un continuo temor de ser descubierto, desconfiando de sí mismo, y por ello su percepción de hace anormal; imagina que el primer recién llegado es su enemigo y desconfía de todo hombre que se le acerca.

Hecha esta breve descripción del "pelado" mexicano, es conveniente esquematizar su estructura y funcionamiento mental, para entender después la psicología del mexicano.

I. El pelado tiene dos personalidades: una real, otra ficticia.
II. La personalidad real queda oculta por esta última, que es la que aparece ante el sujeto mismo y ante lo demás.
III. La personalidad ficticia es diametralmente opuesta a la real, porque el objeto de la primera es elevar el tono psíquico deprimido por la segunda.
IV. Como el sujeto carece de todo valor humano y es impotente para adquirirlo de hecho, se sirve de un ardid para ocultar sus sentimientos de menor valía.
V. La falta de apoyo real que tiene la personalidad ficticia crea un sentimiento de desconfianza de sí mismo.
VI. La desconfianza de sí mismo produce una anormalidad de funcionamiento psíquico, sobre todo en la percepción de la realidad.
VII. Esta percepción anormal consiste en una desconfianza injustificada de los demás, así como una hiperestesia de las susceptibilidad al contacto con los otros hombres.
VIII. Como nuestro tipo vive en falso, su posición es siempre inestable y lo obliga a vigilar constantemente su yo, desatendiendo a la realidad.

La falta de atención por la realidad y el ensimisamiento correlativo, autorizan a clasificar al "pelado" en el grupo de los introvertidos. 
Pudiera pensarse que la presencia de un sentimiento de menor valía en el "pelado" no se debe al hecho de ser mexicano, sino a su condición de proletario. En efecto, esta última circunstancia es capaz de crear por sí sola aquel sentimiento, pero hay motivos para considerar que no es el único factor que lo determina en el "pelado". Hacemos notar aquí que éste asocia su concepto de hombría con el de nacionalidad, creando el error de que la valentía es la nota peculiar del mexicano. Para corroborar que la nacionalidad crea también por sí un sentimiento de menor valía, se puede anotar la susceptibilidad de sus sentimientos patrióticos y su expresión inflada de palabras y gritos. La frecuencia de las manifestaciones patrióticas individuales y colectivas es un símbolo de que el mexicano está inseguro del valor de su nacionalidad. La prueba decisiva de nuestra afirmación se encuentra en el hecho de que aquel sentimiento existe en los mexicanos cultivados e inteligentes que pertenecen a la burguesía.

EL MEXICANO DE LA CIUDAD

El tipo que vamos a presentar es el habitante de la ciudad. Es claro que su psicología es difiere de la del campesino, no sólo por el género de vida que éste lleva, sino porque casi siempre en México pertenece a la raza indígena. Aun cuando el indio es una parte considerable de la población mexicana, desempeña en la vida actual del país un papel pasivo. El grupo activo es el otro, el de los mestizos y blancos que viven en la ciudad. Es de suponer que el indio ha influenciado en el alma del otro grupo mexicano, desde luego, porque ha mezclado su sangre con éste. Pero su influencia social y espiritual se reduce hoy al mero hecho de su presencia. Es como un coro que asiste silencioso al drama de la vida mexicana. Pero no por ser limitada su intervención deja de ser importante. El indio es como esas sustancias llamada "catalíticas" que provocan reacciones químicas con sólo estar presentes. Ninguna cosa mexicana puede sustraerse a este influjo, porque la masa indígena es un ambiente denso que envuelve todo lo que hay dentro del país. Consideramos, pues, que el indio es el "hinterland" mexicano. Mas por ahora no será objeto de esta investigación.
La nota del carácter mexicano que más resalta a primera vista, es la desconfianza. Tal actitud es previa a todo contacto con los hombres y de las cosas. Se presenta haya o no fundamento para tenerla. No es una desconfianza de principio, porque el mexicano generalmente carece de principios. Se trata de una desconfianza irracional que emana de lo más íntimo del ser. Es casi su sentido primordial de la vida. Aun cuando los hechos no lo justifiquen, no hay nada en el universo que el mexicano no vea y juzgue a travésde su desconfianza. Es como una forma a priori de su sensibilidad. El mexicano no desconfía de tal o cual hombre o de tal o cual mujer; desconfía de todos los hombres y de todas las mujeres. Su desconfianza no se circunscribe al género humano; se extiende a cuanto existe y sucede. Si es comerciante, no cree en los negocios; si es profesional, no cree en su profesión; si es político, no cree en la política. El mexicano considera que las ideas no tienen sentido y las llama despectivamente "teorías"; juzga inútil el conocimiento de los principios científicos. Parece estar muy seguro de su sentido práctico. Pero como hombre de acción es torpe, y al fin no da mucho crédito a la eficacia de los hechos. No tiene ninguna religión ni profesa ningún credo social o político. Es lo menos "idealista" posible. Niega todo sin razón ninguna, porque él es la negación personificada. 
Pero entonces ¿por qué vive el mexicano? Tal vez respondería que no es necesario tener ideas y creencias para vivir, con tal de no pensar. Y así sucede, en efecto. La vida mexicana da la impresión, en conjunto, de una actividad irreflexiva, sin plan alguno. Cada hombre, en México, sólo se interesa por los fines inmediatos. Trabaja para hoy y mañana, pero nunca para después. El porvenir es una preocupación que ha abolido de su conciencia. Nadie es capaz de aventurarse en empresas que sólo ofrecen resultados lejanos. Por lo tanto, ha suprimido de la vida una de sus dimensiones más importantes: el futuro. Tal ha sido el resultado de la desconfianza mexicana.
En una vida circunscrita al presente, no puede funcionar más que el instinto. La reflexión inteligente sólo puede intervenir cuando podemos hacer un alto en nuestra actividad. Es imposible pensar y obrar al mismo tiempo. El pensamiento supone que somos capaces de esperar, y quien espera está admitiendo el futuro. Es evidente que una vida sin futuro no puede tener norma. Así, la vida mexicana está a merced de los vientos que soplan, caminando a la deriva. Los hombres viven a la buena de Dios. Es natural que, sin disciplina ni organización, la sociedad mexiana sea un caos en el que los individuos gravitan al azar como atómos dispersos. 
Este mundo caótico, efecto directo de la desconfianza, recobra sobre ella, dándole una especie de justificación objetiva. Cuando el individuo se siente flotar en un mundo inestable, en que no está seguro ni de la tierra que pisa, su desconfianza aumenta y lo hace apresurarse por arrebatar al momento presente un rendimiento efectivo. Así, el horizonte de su vida se estrecha más y su moral se rebaja hasta el grado de que la sociedad, no obstante su apariencia de civilización, semeja una horda primitiva en que los hombres se disputan las cosas como fieras hambrientas. 
Una nota íntimamente relacionada con la desconfianza es la susceptibilidad. El desconfiado está siempre temeroso de todo, y vive alerta, presto a la defensiva. Recela de cualquier gesto, de cualquier movimiento, de cualquier palabra. Todo lo interpreta como una ofensa. En esto el mexicano llega a extremos increíbles. Su percepción es francamente anormal. A causa de la suceptibilidad hipersensible, el mexicano riñe constantemente. Ya no espera que lo ataquen, sino que él se adelanta a ofender. A menudo estas reacciones patológicas lo llevan muy lejos, hasta a cometer delitos innecesarios. 
Las anomalías psíquicas que acabamos de describir provienen, sin duda, de una inseguridad de sí mismo que el mexicano proyecta hacia afuera sin darse cuenta, convirtiéndola en desconfianza del mundo y de los hombres. Estas trasposiciones psíquicas son ardides instintivos para proteger al yo de sí mismo. La fase inicial de la serie es un complejo de inferioridad experimentado como desconfianza de sí mismo, que luego el sujeto, para librarse del desgarrado que la acompaña, objetiva como desconfianza hacia los seres extraños. 
Cuando la psique humana quiere apartar de ella un sentimiento desagradable, recurre siempre a procesos de ilusión, como el que se ha descrito. Pero en el caso especial que nos ocupa, ese recurso no es de resultados satisfactorios, porque el velo que se tiende sobre la molestia que se quiere evitar no la sumprime, sino solamente la hace cambiar de motivación. El mexicano tiene habitualmente un estado de ánimo que revela un malestar interior, una falta de armonía consigo mismo. Es susceptible y nervioso; casi siempre está de mal humor y es a menudo iracundo y violento. 
La fuerza que el mexicano se atribuye fundándose en impulsividad, nos parece falsa. Desde luego la verdadera energía consiste en gobernar inteligentemente los impulsos y a veces en reprimirlos. El mexicano es pasional, agresivo y guerrero por debilidad; es decir, porque carece de una voluntad que controle sus movimientos. Por otra parte, la energía que despliega en esos actos no está en proporción con su vitalidad, que, por lo común es débil. ¿Cómo explicar entonces la violencia de sus actos? Solamente considerándola resultado de la sobreexcitación que le causa adentro el mismo desequilibrio psíquico.
Nuestro conocimiento de la psicología del mexicano sería incompleto si no comparásemos la idea que tiene de sí mismo como lo que es realmente. Hace un instante hablábamos de la fuerza que se atribuye el mexicano, lo cual nos hace suponer que tiene una buena idea de su persona. Sospechamos también que algunos lectores de este ensayo reaccionarán contra nuestras afirmaciones, buscando argumentos para no aceptarlas. Es que aquí nos hemos atrevido a descubrir ciertas verdades que todo mexicano se esfuerza por mantener ocultas, ya que sobrepone a ellas una imagen de sí mismo que no representa lo que es, sino lo que quisiera ser. Y ¿Cúal es el deseo más fuerte y más íntimo del Mexicano? Quisiera ser un hombre que predomina entre los demás por su valentía y su poder. La sugestión de esta imagen lo exalta artificialmente, obligándolo a obrar conforme a ella, hasta que llega a creer en la realidad del fantasma que de sí mismo ha creado. 

El BURGUES MEXICANO

En esta última parte de nuestro ensayo nos oucparemos del grupo más inteligente y cultivado de los mexicanos, que pertenece en su mayor parte a la burguesía del país. El conjunto de notas que configuran su carácter son reacciones contra un sentimiento de menor valía, el cual, no derivándose ni de una inferioridad económica, ni intelectual, ni social, proviene, sin duda, del mero hecho de ser mexicano. En el fondo, el mexicano burgués no difiere del mexicano proletario, savlo que, en este último, el sentimiento de menor valía se halla exaltado por la concurrencia de dos factores: la nacionalidad y la posición social. Parece haber un contraste entre el tono violento y grosero que es permanente en el proletario urbano, y cierta finura en el burgués, que se expresa con una cortesía a menudo exagerada. Pero todo mexicano de las clases cultivadas es susceptible de adquirir, cuando un momento de ira le hacer perder el dominio de sí mismo, el tono y el lenguaje del pueblo bajo. El burgués mexicano tiene la misma susceptibilidad patriótica del hombre del pueblo y los mismos prejuicios que éste acerca del carácter naconal. 
La diferencia psíquica que separa a la clase elevada de mexicanos de la clase inferior, radica en que los primeros disimulan de un modo completo sus sentimientos de menor valía, porque el nexo de sus actitudes manifiestas con los móviles inconscientes es tan indirecta y sútil, que su descubrimiento es difícil, en tanto que el "pelado" está exhibiendo con franqueza cínica el mecanismo de su psicología, y son muy sencillas las relaciones que unen en su alma lo inconsciente y lo consciente. Ya se ha visto que estriban en una oposición.
Es conveniente precisar en este lugar en qué consisten estos sentimientos de íntima deficiencia que irritan la psique del individuo provocando las reacciones que se han descrito. Son sentimientos que el individuo no tolera en su conciencia, por el desagrado y la depresión que le causan; y justamente por la necesidad de mantenerlos ocultos en lo inconsciente, se manifiestan como sensaciones vagas de malestar, cuyo motivo el individuo mismo no encuentra ni puede definir. Cuando logran asomarse a la conciencia asumen matices variados. Enumeremos algunos de ellos: debilidad, desvaloración de sí mismo, sentimiento de incapacidad, de deficiencia vital. El reconocimiento que el individuo da a su inferioridad se traduce en una falta de fe en sí mismo. 
El mexicano burgués posee más dotes y recursos intelectuales que el proletario para consumar de modo perfecto la obra de simulación, que debe ocultarle su sentimiento de inferioridad. Esto equivale a decir que el yo ficticio construido por cada individuo es una obra tan acabada y con tal apariencia de realidad, que es casi imposible distinguirla del yo verdadero.
Ocupémonos, desde luego, en definir con qué elementos realiza el mexicano su obra de ficción; o, en otras palabras, qué reacciones suscita su sentimiento de inferioridad. La operación consiste, en su forma más simple, en superponer a lo que se es la imagen de lo que se quisiera ser, y dar este deseo por un hecho. Unas veces, su deseo se limita a evitar el desprecio o la humillación, y después, en escala ascendente, encontraríamos el deseo de valer tanto como los demás, el de predominar entre ellos, y, por último, la voluntad de poderío.
La empresa de construir la propia imagen conforme a un deseo de superioridad, demanda una atención y un cuidado constante de uno mismo. Esto convierte a cada mexicano en un introvertido, con lo cual pierde correlativamente su interés como tal. Considera los hombres y las cosas como espejos, pero sólo toma en cuenta aquellos que le hacen ver la imagen que a él le gustan que reflejen. Es indispensable que otros hombres crean en esta imagen, para robustecer él su propia fe en ella. Así que su obra de fantasía se realiza con la complicidad social. No pretendemos nosotros afirmar que este fenómeno es propiedad exclusiva del mexicano. Ningún hombre normal, sea cual fuere su nacionalidad, podría vivir sin el auxilio de ficciones parecidas. Pero una cosa es aceptar pragmáticamente el influjo de una ficción, sabiendo que lo es, y otra cosa es vivirla sin caer en la cuenta de su mentira. Lo primero es el caso de poseer ideales o arquetipos como estimulantes para superar las resistencias y dificultades en la vida humana, mientras que lo segundo no significa propiamente vivir, sino hacerle una trampa a la vida. No cabría aplicar a esta actitud ningún calificativo moral, por no derivarse de un propósito consciente y deliberado. Los recientes descubrimientos de la psicología nos muestran que, no por ser ciego el inconsciente carece de lógica, aun cuando ésta sea diversa de la racional. El mexicano ignora que vive una mentira, porque hay fuerzas inconscientes que lo han empujado a ello y tal vez, si se diera cuenta del engaño, dejaría de vivir así. 
Como el autoengaño consiste en creer que ya se es lo que se quisiera ser, en cuanto el mexicano queda satisfecho de su imagen, abandona el esfuerzo en pro de su mejoramiento efectivo. Es, pues, un hombre que pasa a través de los años sin experimentar ningún cambio. El mundo civilizado se transforma, surgen nuevas formas de vida, del arte y del pensamiento, que el mexicano procura imitar a fin de sentirse a igual altura de un hombre europeo; mas en el fondo, el mexicano de hoy es igual al de hace cien años, y su vida transcurre dentro de la ciudad aparentemente modernizada, como la del indio en el campo: en una inmutabilidad egipicia. 
Podemos representarnos al mexiano como un hombre que huye de sí mismo para refugiarse en un mundo ficticio. Pero así no liquida su drama psicológico. En el subterráneo de su alma, poco accesible a su propia mirada, late la incertidumbre de su posición, y, reconociendo oscuramente la inconsistencia de su personalidad, que puede desvanecerse al menor soplo, se protege, como los erizos, con un revestimiento de espinas. Nadie puede tocarlo sin herirse. Tiene una susceptibilidad extraordinaria a la crítica y la mantiene a raya anticipándose a esgrimir la maledicencia contra el prójimo. Por la misma razón la autocrítica queda paralizada. Necesita convencerse de que los otros son inferiores a él. No admite, por lo tanto, superioridad ninguna y no conoce la veneración, el respeto y la disciplina. Es ingenioso para desvalorar al prójimo hasta el aniquilamiento. Practica la maledicencia con una crueldad de antropófago. Es culto de ego es tan sanguinario como el de los antiguos aztecas; se alimenta de víctimas humanas. Cada individuo vive encerrado dentro de sí mismo, como una ostra en su concha, en actitud de desconfianza hacia los demás, rezumando malignidad, para que nadie se acerque. Es indiferente a los intereses de la colectividad y su acción es siempre de sentido individualista.
Terminamos estas notas de psicología mexicana preguntándonos si acaso será imposible expulsar al fantasma que se aloja en el mexicano. Para ello es indispensable que cada uno practique con honradez y valentá el aforismo socrático de "conócete a ti mismo". Sabemos hoy que no bastan las facultades naturales de un hombre para adquirir el autoconocimiento, sino que es preciso equiparlo de antemano con las herramientas intelectuales que ha fabricado el psicoanálisis. Cuando el hombre así preparado descubra lo que es, el resto de la tarea se hará por sí sola. Los fantasmas son seres nocturnos que se desvanecen con sólo exponerlos a la luz del día. 




Tuesday, July 15, 2008

Amorosa Anticipación


AMOROSA ANTICIPACIÓN

Ni la intimidad de tu frente clara como una fiesta
ni la costumbre de tu cuerpo, aún misterioso y tácito y de niña,
ni la sucesión de tu vida asumiendo palabras o silencios
serán favor tan misterioso
como mirar tu sueño implicado
en la vigilia de mis brazos.
Virgen milagrosamente otra vez por la virtud absolutoria del sueño,
quieta y resplandeciente como una dicha que la memoria elige,
me darás esa orilla de tu vida que tú misma no tienes.
Arrojado a quietud,
divisaré esa playa última de tu ser
y te veré por vez primera, quizá
como Dios ha de verte,
desbaratada la ficción del Tiempo,
sin el amor, sin mí.



Jorge L. Borges

Sunday, July 13, 2008

La Llama Doble.


Fragmento de "La Llama Doble"

La quinta nota distintiva de nuestra idea del amor consiste, como en el caso de las otras, en la unión indisoluble de dos contrarios, el cuerpo y el alma. Nuestra tradición, desde Platón, ha exaltado al alma y ha menospreciado al cuerpo. Frente a ella y desde sus orígenes, el amor ha ennoblecido el cuerpo: sin atracción física, carnal, no hay amor. Ahora asistimos a una reversión radicalmente opuesta al platonismo: nuestra época niega al alma y reduce el espíritu humano a un reflejo de las funciones corporales. Así ha minado en su centro mismo a la noción de persona, doble herencia del cristianismo y la filosofía griega. La noción de alma constituye a la persona y, sin persona, el amor regresa al mero erotismo. Más adelante volveré sobre el ocaso de la noción de persona en nuestras sociedades; por ahora, me limito a decir que ha sido el principal responsable de los desastres políticos del siglo XX y del envilecimiento general de nuestra civilización. Hay una conexión íntima y causal, necesaria, entre las nociones de alma, persona, derechos humanos y amor. Sin la creencia en un alma inmortal insperable de un cupero mortal, no habría podido nacer el amor único ni su consecuencia: la transformación del objeto deseado en sujeto deseante. En suma, el amor exige como condición previa la noción de persona y ésta la de un alma encarnada en un cuerpo.

La palabra persona es de origen etrusco y designaba en Roma a la máscara del actor teatral. ¿Qué hay detrás de la máscara, qué es aquello que anima al personaje? El espíritu humano, el alma, o ánima. La persona es un ser compuesto de un alma y un cuerpo. Aquí aparece otra y gran paradoja del amor, tal vez la central, su nudo trágico: amamos simultáneamente un cuerpo mortal, sujeto al tiempo y sus accidentes,y un alma inmortal. El amante ama por igual al cuerpo y al alma. Incluso puede decirse que, si no fuera por la atracción hacia el cuerpo, el enamorado no podría amar al alma que lo anima. Para el amante el cuerpo deseado es alma; por esto le habla con un lenguaje del más allá del lenguaje pero que es perfectamente comprensible, no con la razón, sino con el cuerpo, con la piel. A su vez el alma es palpable: la podemos tocar y su soplo refresca nuestros párpados o calienta nuesta nuca. Todos los enamorados han sentido esta transposición de lo corporal a lo espiritual y viceversa. Todos lo sabencon un saber rebelde a la tazón y al lenguaje. Algunos poetas lo han dicho:

...her pure and eloquent blood
Spoke in her cheeks, and so distinctly wrought
That one might almost say, her body thought.

Al ver en el cuerpo los atributos del alma, los enamorados incurren en una herejía que reprueban por igual los cristianos y los platónicos. Así, no es extraño que haya sido considerado como un extravío e incluso como una locura: el loco amor de los poetas medievales. El amor es loco porque encierra a los amantes en una contradicción insoluble. Para la tradición platónica, el ama vive prisionera en el cuerpo; para el cristianismo, venimos a este mundo sólo una vez y sólo para salvar nuestra alma. En uno y otro caso hay oposición entre alma y cuerpo, aunque el cristianismo la haya atenuado con el dogma de la resurrección de la carne, y la doctrina de los cuerpos gloriosos. Pero el amor es una transgresión tanto de la tradición platónica como de la cristiana. Traslada al cuerpo los atributos del alma y éste deja de ser una prisión. El amante ama al cuerpo como si fuese alma y al alma como si fuese cuerpo. El amor mezcla la tierra con el cielo: es la gran subversión. Cada vez que el amante dice: te amo para siempre. confiere a una criatura efímera y cambiante dos atributos divinos: la inmortalidad y la inmutabilidad. La contradicción es en verdad trágica: la carne se corrompe, nuestros días están contados. No obstante, amamos. Y amamos con el cuerpo y con el alma, en cuerpo y alma.


Esta descripción de los cinco elementos constitutivos de nuestra imágen del amor, que por más somera que haya sido, me parece que revela su naturaleza contradictoria, paradójica y misteriosa. Mencioné a cinco rasgos distintivos; en realidad , como se ha visto, pueden reducirse a tres: la exclusividad, que es amor a una sola persona; la atracción, que es la fatalidad libremente asumida; la persona, que es alma y cuerpo. El amor está compuesto de contrarios pero que no pueden separarse y que viven sin cesar en lucha y reunión con ellos mismos y con los otros. Estos contrarios, como si fuesen los planeta del extraño sistema solar de las pasiones, giran en torno a un sol único. Este sol también es doble: la pareja. Continua transmutación de cada elemento: la libertad escoge la servidumbre, la fatalidad se transforma en elección voluntaria, el alma es cuerpo y el cuerpo es alma. Amamos a un ser mortal como si fuese inmortal. Lope lo dijo mejor: a lo que es temporal llamar eterno. Sí, somos mortales, somos hijos del tiempo y nadie se salva de la muerte. No sólo sabemos que vamos a morir sino que la persona que amamos también morirá. Somos los juguetes del tiempo y de sus accidentes: la enfermedad y la vejez, que desfiguran el cuerpo y extravían el alma. Pero el amor es una de las respuestas que el hombre ha inventado para mirar de frente a la muerte. Por el amor le robamos al tiempo que nos mata unas cuantas horas que transformamos a veces en paraíso y otras en infierno. De ambas maneras el tiempo se distiende y deja de ser una medida. Más alla de la felicidad o infelicidad, aunque sea las dos cosas, el amor es intensidad; no nos regala la eternidad sino la vivacidad, ese minuto en el que se entreabren las puertas del tiempo y del espacio; aquí es allá y ahora es siempre. En el amor todo es dos y todo tiende a ser uno.



CONTINUA OCTAVIO PAZ EN UN FRAGMENTO POSTERIOR:

Tal vez el error de Hegel y de sus discípulos consistió en buscar una solución histórica, es decir, temporal, a la desdicha de la historia y a sus consecuencias: la escisión y la alienación. El calvario de la historia, como él llamaba al proceso histórico, está recorrido por un Cristo que cambia sin cesar de rostro y de nombre pero que siempre es el mismo: el hombre. Es el mismo pero jamás está en sí mismo: es tiempo y el tiempo es constante separación de sí. Se puede refutar la existencia del tiempo y reputarlo una ilusión. Esto fue lo que hicieron los budistas. Sin embargo, no pudieron substraerse a sus consecuencias: la rueda de la reencarnación y el karma, la culpa del pasado que nos empuja sin cesar a vivir. Podermos negar al tiempo, no escapar de su abrazo. El tiempo es continua escisión y no descansa nunca: se reproduce y se multiplica al separarse de si mismo. La escisión no se cura con tiempo sino con algo o con alguien que sea no-tiempo.
Cada minuto es el cuchillo de la separación: ¿cómo confiarle nuestra vida al cuchillo que nos deguella? El remedio está en encontrar un bálsamo que cicatrice para siempre esa continua herida que nos infligen las horas y los minutos. Desde que apareció sobre la tierra- sea porque haya sido expulsado del paraíso o porque es un momento de la evolución universal de la vida- el hombre es un ser incompleto. Apenas nace y se fuga de sí mismo. ¿A dónde va? Anda en busca de sí mismo y se persigue sin cesar. Nunca es el que es sino el que quiere ser, el que se busca; en cuanto se alcanza, o cree que se alcanza, se desprende de nuevo de sí, se desaloja, y prosigue su persecución. Es el hijo del tiempo. Y más: el tiempo es su ser y su enfermedad constitucional. Su curación no puede estar sino fuera del tiempo. ¿Y si no hubiese nada ni nadie más alla del tiempo? Entonces el hombre estaría condenado y tendría que aprender a vivir cara a esta terrible verdad. El bálsamo que cicatriza la herida del tiempo se llama religión; el saber que nos llevar a convivir con nuestra herida se llama filosofía.

¿No hay salida? Sí la hay: en algunos momentos el tiempo se entreabre y nos deja ver el otro lado. Estos instantes son experiencias de la conjunción del sujeto y del objeto, del yo soy y el tú eres, del ahora y el siempre, el allá y el aquí. No son reducibles a conceptos y sólo podemos aludir a ellas con paradojas y con las imágenes de la poesía. Una de estas experiencias es el amor, en la que la sensación se une al sentimiento y ambas al espíritu. Es la experiencia de la total extrañeza: estamos fuera de nosotros, lanzados hacia la persona amada; y es la experiencia del regreso al origen, a ese lugar que no está en el espacio y que es nuestra patria original. La persona amada es. a un tiempo, tierra incógnita y casa natal, la desconocida y la reconocida. Sobre esto es útil citar, más que a los poeta o a los místicos, precisamente a un filósofo como Hegel, gran maestro de las oposiciones y las negaciones. En uno de sus escritos de juventud dice: "El amor excluye todas las oposiciones y de ahí que escape al dominio de la razón, anula la objetividad y así va mas allá de la reflexión" En el amor la vida se descubre en ella misma ya exenta de cualquiera incompletuda. El amor suprime esa escisión. ¿Para siempre? Hegel no lo dice pero probablemente en su juventud lo creyó. Incluso puede decirse que toda su filosofía y especialmente la misión que atribuye a la dialéctica -lógica químerica- no es sino una gigantezca traducción de esta visión juvenil del amor al lenguaje conceptual de la razón.

En el mismo texto de Hegel percibe con extraordinaria penetración la gran y trágica paradoja que funda el amor "los amantes no pueden separarse sino en la medida en que son mortales o cuando reflexionan sobre la posibilidad de morir.". En efecto, la muerte es la fuerza de gravedad del amor. El impulso amoroso nos arranca de la tierra y del aquí; la conciencia de la muerte nos hace volver: somos ortales, estamos hechos de tierrra y tenemos que volver a ella. Me atrevo a decir algo más. El amor es vida plena, unida a sí misma: lo contrario de la separación. En la sensación del abrazo carnal, la unión de la pareja se hace sentimiento y éste, a su vez, se transforma en conciencia: el amor es el descubrimiento de la unidad de la vida. En ese instante, la unidad compacta se rompe en dos y el tiempo reaparece: es un gran hoyo que nos traga. La doble faz de la sexualidad reaparece en el amor: el sentimiento intenso de la vida es indistinguible del sentimiento no menos poderoso de la extinción del apetito vital, la subida es caída y la extrema tensión, destensión. Así pues, la fusión total implica la aceptación de la muerte. Sin la muerte, la vida- la nuestra, la terreste- no es vida. El amor no vence a la muerte pero la integra en la vida. La muerte de la persona querida confirma nuestra condena: somos tiempo, nada dura y vivir es un continuo separarse; al mismo tiempo, en la muerte cesan el tiempo y la separación regresamos a la indistinción del principio, a ese estado que entrevemos en la cópula carnal. El amor es un regreso a la muerte, al lugar de reunión. La muerte es la madre universal. Mezlcaré tus huesos con los míos, le dice Cintia a su amante. Acepto que las palabras de Cintia no pueden satisfacer a los cristianos ni a todos los que creen en otra vida después de la mierte. Sin embargo ¿Qué habría dicho Francesca si alguien hubiese ofrecido salvarla pero sin Paolo? Creo que habría contestado: escoger el cielo para mí y el infierno para mi amado es escoger al infierno, condenarse dos veces.




Octavio Paz, La llama doble, Mèxico 1994.

Thursday, July 10, 2008

Una Mujer Desnuda y en lo Oscuro


Una mujer desnuda y en lo oscuro
tiene una claridad que nos alumbra
de modo que si ocurre un desconsuelo
un apagón o una noche sin luna
es conveniente y hasta imprescindible
tener a mano una mujer desnuda

Una mujer desnuda y en los oscuro
genera una resplandor que da confianza
entonces dominguea el almanaque
vibran en su rincón las telarañas
y los ojos felices y felinos
miran y de mirar nunca se cansan

Una mujer desnuda y en los oscuro
es una vocación para las manos
para los labios es casi un destino
y para el corazón es un despilfarro
una mujer desnuda es un enigma
y siempre es una fiesta descifrarlo

Una mujer desnuda y en lo oscuro
genera luz propia y nos enciende
el cielo raso se convierte en cielo
y es una gloria no ser inocente
una mujer querida o vislumbrada
desbarata por una vez la muerte.

Mario Benedetti.

Jardín Botánico



No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes
pero el Jardín Botánico es un parque dormido
en el que uno puede sentirse árbol o prójimo
siempre y cuando se cumpla un requisito previo.
Que la ciudad exista tranquilamente lejos.

El secreto es apoyarse digamos en un tronco
y oír a través del aire que admite ruidos muertos
cómo en Millán y Reyes galopan los tranvías.

No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes
pero el Jardín Botánico siempre ha tenido
una agradable propensión a los sueños
a que los insectos subam por las piernas
y la melancolía baje por los brazos
hasta que uno cierra los puños y la atrapa

Después de todo el secreto es mirar hacia arriba
y ver cómo las nubes se disputan las copas
y ver cómo los nidos se disputan los pájaros

No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes
ah pero las parejas que huyen al Botánico
ya desciendan de un taxi o bajen de una nube
hablan por lo común de temas importantes
y se miran fanáticamente a los ojos
como si el amor fuera un brevísimo túnel
y ellos se contemplaran por dentro de ese amor.

Mario Benedetti.

Tuesday, July 8, 2008

Satíricas a la Vanidad Masculina



Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis:
si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
¿por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?
Combatís su resistencia,
y luego, con gravedad,
decís que fue liviandad,
lo que hizo la diligencia.
Parecer quiere el denuedo
de vuestro parecer loco,
al niño que pone el coco
y luego le tiene miedo.
Queréis, con presunción necia,
hallar a la que buscáis,
para pretendida, Thais,
y en la posesión, Lucrecia.
¿Qué humor puede ser más raro,
que el que, falto de consejo,
él mismo empaña el espejo
y siente que no esté claro?
Con el favor y el desdén
tenéis condición igual,
quejándoos, si os tratan mal,
burlándoos, si os quieren bien.
Opinión ninguna gana;
pues la que más se recata,
si no os admite, es ingrata,
y si os admite, liviana.
Siempre tan necios andáis,
que, con desigual nivel,
a una culpáis por crüel
y a otra por fácil culpáis.
¿Pues cómo ha de estar templada
la que vuestro amor pretende,
si la que es ingrata, ofende,
y la que es fácil, enfada?
Mas entre el enfado y pena
que vuestro gusto refiere,
bien haya la que no os quiere
y quejaos en horabuena.
Dan vuestras amantes penas
a sus libertades alas,
y después de hacerlas malas
las queréis hallar muy buenas.
¿Cuál mayor culpa ha tenido
en una pasión errada:
la que cae de rogada,
o el que ruega de caído?
¿O cuál es más de culpar,
aunque cualquiera mal haga:
la que peca por la paga,
o el que paga por pecar?
Pues ¿para qué os espantáis
de la culpa que tenéis?
Queredlas cual las hacéis
o hacedlas cual las buscáis.
Dejad de solicitar,
y después, con más razón,
acusaréis la afición,
de la que os fuere a rogar.
Bien con muchas armas fundo
que lidia vuestra arrogancia,
pues en promesa e instancia
juntáis diablo, carne y mundo.

Sor Juana Inés de la Cruz

Al que ingrato me deja busco amante


Al que ingrato me deja, busco amante;
al que amante me sigue, dejo ingrata;
constante adoro a quien mi amor maltrata;
maltrato a quien mi amor busca constante.

Al que trato de amor, hallo diamante,
y soy diamante al que de amor me trata;
triunfante quiero ver al que me mata,
y mato al que me quiere ver triunfante.

Si a éste pago, padece mi deseo;
si ruego a aquél, mi pundonor enojo;
de entrambos modos infeliz me veo.

Pero yo, por mejor partido, escojo
de quien no quiero, ser violento empleo,
que de quien no me quiere, vil despojo.


Sor Juana Inés de la Cruz

Detente Sombra


Detente, sombra de mi bien esquivo,
imagen del hechizo que más quiero,
bella ilusión por quien alegre muero,
dulce ficción por quien penosa vivo.

Si al imán de tus gracias, atractivo,
sirve mi pecho de obediente acero,
¿para qué me enamoras lisonjero
si has de burlarme luego fugitivo?

Mas blasonar no puedes, satisfecho,
de que triunfa de mí tu tiranía:
que aunque dejas burlado el lazo estrecho

que tu forma fantástica ceñía,
poco importa burlar brazos y pecho
si te labra prisión mi fantasía.


Sor Juana Inés de la Cruz

La Ausencia Beligerante


El peso del patriarca

Para las generaciones ulteriores al 68, la referencia a Octavio Paz no tenía una connotación simplemente literaria: su figura dividía opiniones y convocaba idolatrías o parricidios en muchos que tal vez ni siquiera lo habían leído. Era tal su presencia en la vida pública, tanta polémica generaban sus pronunciamientos, que la simple mención de su nombre podía ser inconveniente en el salón de clases preparatoriano, anticlimática en una comida familiar y de plano desaconsejable para el romance con una progresista. Adoptar una posición a favor o en contra de Paz era parte de los ritos de pasaje y de la formación de identidad de cualquier aspirante a intelectual mexicano. El sólo hecho de poseer sus libros requería una explicación, que muchos eludían intentando fragmentar la obra o la persona, con esas frecuente frases de disculpa-descalificación, como: “Es un buen poeta, ay, pero sus ideas”. Claro, mucho había de caricatura dogmática en la animadversión de la izquierda hacia Paz, aunque también algo de engolamiento en la interpretación paziana del intelectual-sólo-contra-el
-mundo. Lo cierto es que, a lo largo de su trayectoria, la opinión y la influencia de Paz se propagaron por innumerables campos, desde la crítica literaria hasta la ciencia política, pasando por la antropología y las artes plásticas. Ya para su madurez, el peso de Octavio Paz en la cultura mexicana era imponente: su tarea poética y ensayística, así como su trayectoria pública, aspiraban a fungir como un método de lectura de la cultura de su tiempo, un canon artístico y un paradigma de conducta intelectual.

La maduración de la celebridad

Paz rechazó desde su juventud la idea del escritor recluido en la mera esfera literaria y, en sintonía con la figura romántica y con las necesidades de la época posrevolucionaria en que emergió como intelectual, se asumió como una personalidad proteica. Para Paz, el poeta tenía una misión que iba mucho más allá de hacer versos y que convocaba la intuición y la inteligencia, el pragmatismo y el profetismo, para mediar entre diversos campos de la realidad y superar paradojas irreconciliables. No es extraño entonces que el joven Paz se ocupara de los asuntos artísticos e intelectuales más disímiles: escribió poesía, pero también hizo periodismo, crítica, filosofía y, no hay que olvidarlo, mucha política cultural.

La incursión de Paz en la cultura mexicana e hispanoamericana, el ascenso de su influencia, es, en cierto modo, vertiginoso. Pronto logra descollar como una de las cabezas más visibles de una naciente promoción de poetas y se convierte en una suerte de portavoz generacional; apenas veinteañero se codea, en el Congreso de Escritores antifascistas en Valencia, con las grandes figuras literarias del mundo, comienza su fecundo trabajo de revisión de la literatura mexicana e hispanoamericana y participa impetuosamente en la vida literaria y política.

El largo periplo de Paz por Estados Unidos y Europa, que emprende a partir de los años cuarenta, es fundamental para terminar de formar su perfil poético, crítico e intelectual: el conocimiento de otras tradiciones poéticas le da un matiz distinto a su poesía, que no era moderna en el sentido que el propio Paz le daría a este término; su perspectiva crítica con respecto a la tradición artística hispanoamericana se ensancha y se hace más orgánica y su visión de la historia y la identidad mexicana adquiere una nueva articulación desde la distancia. En un tiempo prodigiosamente corto, entre finales de los cuarenta y mediados de los sesenta, se publican libros fundamentales en la obra de Paz. Aparecen Libertad bajo palabra, una reunión orgánica de su obra de temprana madurez, que lo convierte ya no sólo en un poeta notable sino en el comienzo de un paradigma de innovación; se publica El laberinto de la soledad que recoge toda una tradición hispanoamericana de introspección en las historias y almas nacionales y resume el debate en boga sobre la identidad mexicana; se publica El arco y la lira que analiza ambiciosamente la función y estatuto de la poesía moderna; se publican Las peras del olmo y Corriente alterna, libros donde escoge su genealogía crítica, despliega su capacidad prospectiva con respecto a los desarrollos de las artes y los movimientos sociales juveniles y afina su relación peculiar, estrecha y escéptica a la vez, con las novedades intelectuales de su época.

Estos afanes coinciden con un periodo de modernización social y literaria en México y otros países de América Latina: es la etapa de la actualización de las costumbres, el afán cosmopolita, el florecimiento de un mercado cultural incipiente, la generación de nuevas expectativas sociales y culturales y el surgimiento de una camada de artistas desafectos al nacionalismo ancestral. Todo ello contribuye a que, en todos lados, haya un ambiente más propicio para la recepción de las ideas de Paz. En Europa, Paz representa una voz hispanoamericana, moderna y teñida de universalismo; en México, su poderosa vocación, ambición y novedad artística despiertan una corriente de simpatía con muchos de los creadores inconformistas de las generaciones más recientes. Ya hacia fines de los años sesenta, Paz es una presencia esencial en la cultura; sin embargo, su inserción definitiva en la vida pública es indisoluble de su actitud en 1968. Con su renuncia al puesto de embajador en la India en protesta por la represión gubernamental al movimiento estudiantil mexicano del 68, Paz se convierte en un símbolo de la rebeldía, y su personalidad, polémica y vivaz, pero hasta entonces relativamente retraída al campo cultural, incursiona de lleno en el debate público.

El arte de decepcionar

En la cumbre de su prestigio progresista, Paz elude el papel que muchos le destinaban como un líder cultural y político del cambio de régimen y decide permanecer en la trinchera cultural y ejercer una crítica fundamentalmente moral. Desde esa fecha hasta su muerte, Paz decepciona, en la acepción que Jorge Cuesta le daba a este término, lo que sus diversos públicos esperan de él: decepciona a la izquierda que hubiera querido un estratega, capaz de apuntalar con su prestigio la vía revolucionaria; decepciona también a la derecha y al oficialismo con sus proclamas libertarias, con su crítica a la inopia intelectual de la derecha y su disección del sistema político. Por supuesto, hay muchas contradicciones e incongruencias en la pretensión de Paz por mantenerse como una figura ajena a los intereses políticos y capaz de superar y reconciliar las ideologías en pugna. Sin embargo, su efecto sobre la vida pública es netamente benéfico: plantea temas de debate, argumenta con información, inteligencia y vehemencia. Dicen que es colérico e intolerante, pero tiene el mérito de jamás bajar la voz, ni esconder la mano: discute lo mismo el periplo del amor en Occidente que la coyuntura política norteamericana; se sube al cuadrilátero lo mismo para dar argumentos que para repartir coscorrones. Su presencia es un revulsivo permanente en México (aunque alcanza crecientemente otras latitudes) y se hace patente tanto en los grandes debates como en las discusiones más menudas.

Legados

El legado de Paz es tan amplio como disperso. Sin embargo, es posible mencionar algunos de los cauces temáticos más significativos en que esta influencia se manifiesta, a veces de manera subrepticia:

Una obra poética fundamental que cultiva las más diversas formas, dialoga con las distintas tradiciones y apuesta por la experimentación. Dicha obra permanece no sólo por su valor intrínseco sino porque genera un gusto y una manera de leer en Hispanoamérica.

Un canon de la literatura mexicana e hispanoamericana formado a través de una actividad múltiple como historiador, ensayista, antólogo, editor e incluso promotor de nuevos valores, que se integra en una visión orgánica de la tradición.

Una perspectiva de la identidad del mexicano que se convierte en parte significativa de la autoimagen moderna y que también se exporta como el símbolo de la mexicanidad universal en el exterior.

Una labor constante de reflexión sobre la poesía, la cual se refleja en una serie de poéticas, no siempre consistentes ni conectadas entre sí, que buscan definir la función y el estatus de la poesía en la vida contemporánea; establecer una genealogía del movimiento poético moderno y brindar parámetros para la apreciación y juicio de lo que es y no es poesía moderna.

Un acervo de reflexión y pensamiento sobre la política internacional que, pese a la falta de un sistema y un aparato especializado, abunda en intuiciones y se vuelve parte significativa del debate marcado por la Guerra Fría.

Un conjunto de reflexiones sobre la vida política mexicana e hispanoamericana que, nuevamente sin el refinamiento de las especialidades, analiza de manera aguda fenómenos como la naturaleza del sistema político, las limitaciones de la izquierda, el crecimiento del Estado o las perversiones e insuficiencias de la democracia.

Inercias

Muchas de sus perspectivas literarias y políticas se han convertido en patrimonio común y acaso también en lugar común de la percepción de la cultura y el arte en México y otros países. Desgraciadamente, pese a la inmensa bibliografía que existe sobre Paz, todavía muchas de sus ideas se combaten o aceptan de manera casi automática. Piénsese, por mencionar sólo algunos ejemplos, en tres formas de influencia intelectual insuficientemente escrutadas en su pensamiento y su actividad.

Primero, su aproximación a la historia y la caracterología mexicana (y en cierto modo hispanoamericana) expresada inicialmente en El laberinto de la soledad y continuada en Posdata. A partir de una vieja tradición hispanoamericana de autoindagación, Paz tuvo el talento, en el caso mexicano, de resumir una serie de intuiciones inconexas, trabajos académicos, consejas y darles una formulación casi definitiva. El laberinto de la soledad es un libro-emblema que, al mismo tiempo que consolidó la ascendencia de Octavio Paz en la cultura nacional, plasmó en la conciencia colectiva una perspectiva histórica y una figura mítica del mexicano. Con una gran capacidad para sintetizar los dilemas recurrentes de la nación, para mezclar instrumentos analíticos de diversas disciplinas y para crear un género provisto de atractivo y vigor polémico, El laberinto… ingresó a ese selecto grupo de libros que forman la biblioteca básica de un país y que influyen en la creación de un horizonte de significados e imágenes comunes. Sin embargo, como en algún momento lo ha sugerido Roger Bartra en su Jaula de la melancolía, El laberinto…, como gran parte de la literatura sobre la identidad, también incurre en inferencias históricas arbitrarias, en metáforas biológicas caprichosas acerca de los organismos sociales y sobre todo en un ejercicio de mitificación de la nacionalidad que oculta las divisiones y estratificaciones reales. Desgraciadamente, fuera de las aproximaciones pioneras de Jorge Aguilar Mora o del propio Bartra, el discurso sobre la identidad de Paz murió de muerte natural, envejecido por las nuevas realidades, antes que sujeto a un saludable parricidio.

Otro aspecto insuficientemente discutido de la obra de Paz sería su discurso de poética. Paz, como es sabido, no sólo se ocupó de crear un canon doméstico, sino que practicó una indagación de más amplio alcance sobre la expresión poética y la situación de la poesía en la edad moderna y difundió ante un vasto público sus reflexiones en torno a la naturaleza de la experiencia poética (en El arco y la lira), a la identidad y genealogía de la poesía moderna (en Los hijos del limo) y su reflexión sobre el destino de la poesía en una sociedad donde la palabra parece desahuciada (en La otra voz). Esta trama crítica contribuyó a arraigar un mapa y una conciencia de la poesía moderna. Sin embargo, su pensamiento poético, sobre todo cuando es interpretado casi religiosamente por espíritus críticos poco flexibles, también se ha convertido en un dogma que genera exclusiones críticas y que corre el riesgo de disminuir la concepción del valor poético exclusivamente a los rasgos de contemporaneidad, experimentación y ruptura.

Un tercer aspecto de su legado, insuficientemente estudiado, es su personificación de la figura del intelectual, que aún hoy se cataloga ya sea de héroe “independiente” o de celebridad al servicio del dinero y del imperio. Paz es una de las figuras intelectuales más complejas y completas y en su actividad llegó a encarnar arquetipos contradictorios. Paz estaba muy consciente de su papel estelar en la tradición literaria moderna y sabía que sus actitudes y expresiones tendrían una resonancia en la posteridad. Por eso, el interés personal en la construcción de su figura pública y la obsesión por resaltar la congruencia y continuidad de su obra y actitudes, por establecer su lugar en el panteón literario moderno y, en fin, por configurar al personaje, independiente y libertario que, con más cabalidad, encarnó a partir de los años setenta. Sin embargo, es importante no perder de vista las tensiones y contradicciones que caracterizaron este arquetipo intelectual, por ejemplo: reputarse como un lobo solitario y, al mismo tiempo, encabezar un grupo intelectual poderoso con intereses, filias y fobias muy concretas; proclamar la independencia del hombre de letras con respecto al poder y, al mismo tiempo, reclamar para el creador un aparato de bienestar sufragado por el Estado; asumir un paradigma romántico y al mismo tiempo esgrimir, en muchas circunstancias, un descarnado utilitarismo; proclamarse un observador marginal pero, a la vez, ejercer implacablemente el poder literario y aceptar las deferencias de las cortes políticas e intelectuales.

La voluntad de leer

En fin, son muchísimos los vestigios de la obra de Paz en la cultura mexicana que han sido insuficientemente discutidos. La camorra ideológica dificultó una ponderación equilibrada de Paz. Su aplastante prominencia intelectual, su temperamento beligerante y su poder real sin duda hacían sumamente costosa y pobremente retribuida la aventura de criticar su obra si no se pertenecía a otro grupo de poder. Por otro lado, sus adversarios pocas veces mostraron la generosidad y la objetividad para intentar una evaluación equilibrada de las aportaciones y deudas de Paz y muy a menudo se conformaron con las formas más viscerales de descalificación.

Por la naturaleza del conocimiento y del debate público actual, es imposible que algún otro autor pueda ejercer, como lo hizo Paz, una presencia tan amplia y polémica en tantos campos del saber o de la actividad pública. Sin embargo, faltan todavía muchas operaciones críticas para evaluar más adecuadamente el peso de Paz en la cultura mexicana, con todo su vigor, complejidad y contradicciones. La tarea de valorar una obra tan vasta y viva exige el concurso de variadas competencias académicas, requiere de nuevas generaciones de estudiosos pero, sobre todo, precisa la voluntad de volver a leer verdaderamente el legado artístico e intelectual de un autor que todavía está expuesto al vituperio o la condescendencia maquinales.

Los Amorosos


Los amorosos callan.
El amor es el silencio más fino.
el más tembloroso, el más insoportable.
Los amorosos buscan,
los amorosos son los que abandonan,
son los que cambian, los que olvidan.
Su corazón les dice que nunca han de encontrar,
no encuentran buscan.

Los amorosos andan como locos
porque están solos, solos, solos,
entregándose, dándose a cada rato,
llorando porque no salvan al amor,
Les preocupa el amor. Los amorosos
viven al día, no pueden hacer más no saben.
Siempre se están yendo,
siempre, hacia alguna parte,
Espereanm
no esperan nada, pero esperan,
Saben que nunca han de encontrar .
El amor es la prórroga perpetua,
siempre el paso siguiente, el otro, el otro.
Los amorosos son los insaciables,
los que siempre han de estar solos.

Los amorosos son la hidra del cuento.
Tienen serpientes en lugar de brazos.
Las venas del cuello se les hinchan
también como serpientes para asfixiarlos.
Los amorosos no pueden dormir
porque si duermen se los comen los gusanos.

En la obscuridad abren los ojos
y les cae en ellos el espanto.

Encuentran alacranes bajo la sábana
y su cama flota como sobre un lago,

Los amorosos son locos, sólo locos
sin Dios y sin diablo.

Los amorosos salen de sus cuevas
temblorosos, hambrientos,
a cazar fantasmas.
Se ríen de las gentes que lo saben todo,
de las que aman la perpetuidad, verídicamente.
de las que creen en el amor como en un lámpara de inagotable aceite.

Los amorosos juegan a coger el agua
a tatuar el humo, a no irse.
Juegan al largo, el triste juego del amor.
Nadie ha de resignarse.
Dicen que nadie ha de resignarse.
Los amorosos se averguenzan de toda conformación

Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla,
la muerte les fermenta detrás de los ojos,
y ellos caminan lloran hasta la madrugada
en que trenes y gallos se despiden dolorosamente

Les lleva a veces un olor a tierra recién nacida
a mujeres que duermen con la mano en el sexo, complacidas,
a arroyos de agua tierna y a cocinas.
Los amorosos se ponen a cantar entre labios
una canción no aprendida
y se van llorando, llorando
la hermosa vida


Jaime Sabines

Me dueles


mensamente, insoportablmenete, me dueles.
Toma mi cabeza, córtame el cuello.
Nada queda de mí después de este amor.

Entre los escombros de mi alma búscame,
escúchame.
En algún sitio mi voz, sobreviviente, llama,
pide tu asombro,
tu iluminado silencio.

Atravesando muros, atmósferas, edades,
tu rostro (tu rostro que parece que fuera cierto)
viene desde la muerte, desde antes
del primer día que despertara el mundo.

¡Qué claridad tu rostro, qué ternura
de luz ensimismada,
qué dibujo de miel sobre hojas de agua!

Amo tus ojos, amo, amo tus ojos.
Soy como el hijo de tus ojos,
como una gota de tus ojos soy.
Levántame. De entre tus pies levántame, recógeme,
del suelo, de la sombra que pisas,
del rincón de tu cuarto que nunca ves en sueños.
Levátname. Porque he caído de tus manos
y quiero vivir, vivir, vivir.


Jaime Sabines

Autonecrología


Te quiero porque tienes las partes de la mujer
en el lugar preciso
y estás completa. No te falta ni un pétalo,
ni un olor, ni una sombra
Colocada en tu alma.
dispuesta a ser rocío en la yerba del mundo
leche de luna en las oscuras hojas.

Quzás me ves,
tal vez, acaso un día
en una lámpara apagada,
en un rincón del cuarto donde duermes,
soy una mancha, un punto en lapared, alguna raya
que tus ojos, sin ti, se quedan viendo
Quzás me reconoces
como una hora antigua
cuando a solas preguntas, te interrogas
con el cuerpo cerrado y sin respuesta.
Soy una cicatriz que ya no existe,
un beso ya lavado por el tiempo,
un amor y otro amor que ya enterraste
Pero estás en mis manos y me tienes
y en tus manos estoy, brasa, ceniza,
para secar tus lagrimas que lloro.

¿En que lugar, en dónde , a qué deshoras
me dirás que te amo? Esto es urgente
porque la eternidad se nos acaba.

Recoge mi cabeza. Guarda el brazo
con que amé tu cintura. No me dejes
en medio de tu sangre en esa toalla

Jaime Sabines

Tu cuerpo esta a mi lado


fácil, dulce, callado
Tu cabeza en mi pecho se arrepiente
con los ojos cerrados
y yo te miro y fumo
y acaricio tu pelo enamorado
Esta mortal ternura con que callo
te está abrazando a ti mientras yo tengo
inmóviles mis brazos.
Miro mi cuerpo, el muslo
en que descansa tu cansancio
tu blando seno oculto y apretado
y el bajo y suave respirar de tu vientre
sin mis labios
Te digo a media voz
cosas que invento a cada rato
y me pongo de veras triste y solo
y te beso como si fueras tu retrato.

Tú, sin hablar, me miras
y te aprietas a mí y haces tu llanto
sin lágrimas, sin ojos, sin espanto.
Y yo vuelvo a fumar, mientras las cosas
se ponen a escuchar lo que no hablamos


Jaime Sabines

No es nada de tu cuerpo


ni tu piel, ni tus ojos, ni tu vientre
ni ese lugar secreto que los dos conocemos
fosa de nuestra muerte, final de nuestro entierro
No es tu boca--- tu boca que es igual que tu sexo
ni la reunión exacta de tus pechos
ni tu espalda dulcísima y suave
ni tu ombligo, en que bebo
Ni son tus muslos duros como el día
ni tus rodillas de marfil al fuego,
ni tus pies diminutos y sangrantes,
ni tu olor, ni tu pelo
No es tu mirada ¿que es una mirada?
triste luz descarriada, paz sin dueño
ni el álbum de tu oído, ni tus voces,
ni las ojeras que te deja el sueño
Ni es tu lengua de víbora tampoco,
flecha de avispas en el aire ciego
ni la humedad caliente de tu asfixia
que sostiene tu beso.
No es nada de tu cuerpo
ni una brizna, ni un pétalo,
ni una gota, ni un grano, ni un momento


Es sólo este lugar donde estuviste,
estos mis brazos tercos.

Jaime Sabines

Muero de Ti


No es que muera de amor, muero de ti,
Muero de ti, amor, de amor de ti,
de urgencia mía de mi piel de tí,
de mi alma de ti y de mi boca
y del insoportable que yo soy sin ti.

Muerto de ti y de mí, muero de ambos,
de nosotros, de ese,
desgarrado, partido
me muero, te muero, lo morimos

Morimos en mi cuarto en que estoy solo,
en mi cama que faltas,
en la calle donde mi brazo donde mi brazo va vacío
en el cine y los parques, los tranvías,
los lugares donde mi hombro acostumbra tu cabeza
y mi mano tu mano
y todo yo te sé como yo mismo.

Morimos en el sitio que le he prestado al aire
para que estés fuera de mí,
y en el lugar en que el aire se acaba
cuando te echo mi piel encima
y nos conocemos en nosotros, separados del mundo
dichosa, penetrada, y cierto, interminable.

Morimos, lo sabemos, lo ignoran, nos morimos
entre los dos, ahora, separados,
del uno al otro, diariamente,
cayéndonos en múltiples estatuas,
en gestos que nos vemos,
en nuestras manos que nos necesitan,

Nos morimos, amor, muero en tu vientre
que no muerdo ni beso
en tus muslos dulcísimos y vivos
en tu carne sin fin, muero de máscaras,
de triángulos obscuros e incesantes.
Me muero de mi cuerpo y de tu cuerpo,
de nuestra muerte, amor, muero morimos.
En el pozo de amor a todas horas,
inconsolables, a gritos
dentro de mí, quiero decirte, te llamo,
te llaman los que nacen, los que vienen
de atrás, de ti, los que a ti llegan
Nos morimos, amor y nada hacemos
sino morirnos más, hora tras hora,
y escribirnos y hablarnos y morirnos.

La Piel de mi Deseo.


¿Es que hacemos las cosas sólo para recordarlas?
¿Es que vivimos solo para tener memoria de nuestra vida?
Porque sucede que hasta la esperanza es memoria y que el deseo es el recuerdo de lo que ha de venir.

¡Paraíso perdido será siempre el paraíso! A la sombra de nuestras almas se encontraron nuestros cuerpos y se amaron. Se amaron con el amor que no tiene palabras, que tiene sólo besos. El amor que no deja rastro de sí, porque es como la sombra de una nube, la sombra fresca y ligera en que se abren las rosas.

Sexo puro, amor puro. Limpio de engaños y emboscadas. Afán del cuerpo solo que juega a morirse. Risa de dos, como la risa del agua y del niño; la risa de la bestia bajo la lluvia que ríe.

Sobre tu piel llevas todavía la piel de mi deseo, y mi cuerpo está en vuelto en ti, igual de sal y de olor.

¿En donde estamos, desde hace tantos siglos, llamándonos con tantos nombres Eva y Adan? He aquí que nos acostamos sobre la yerba del lecho, en el aire violento de las ventanas cerras, bajo todas las estrellas del cuarto a obscuras.

Jaime Sabines.

Un poète engagé dans le devenir de la société et du monde


Nous ne nous sommes pas habitúes à ne plus croiser son regard si direct, si franc, à ne plus entendre son rire. Et aux moments où la société décide de son destin nous regrettons de ne plus pouvoir prendre son avis, lui dont la pensée était tojours si informée, si intelligent, si éclairante. Il y a deux sortes de poètes. Les uns et les autres savent que le meilleur de la poésie, c'est de se refuser aux idées convenues, aus représentations stéréotypées, pour apercevoir au-delà la grande réalité indéfaite dont nous-mêmes sommes un part. Mais les uns ne songent qu'à transgresser le discours ordinaire, ils s'èpusient dans ces dénis, ils sont le negatif avec une violence constante, je pense par example à Antonin Artaud. Et les autres ne se refusent aux représentations appauvrissantes, ne se portent vers l'unité, au-delà qu'en desirant revenir vers notre réalité quotidienne pour l'éclairer de leurs découvertes, pour lui assurer un meilleure santé. Sachant faire le négatif, ils n'oublient pas pour autant qu'il y a du positif à dégager, à répandre. Vérité de Rimbaud, vérité d'Andre Breton: les plus haut de la poésie. Et vérité aussi d 'Octavio! Octavio Paz fut èminemment un de ces poètes, grands en cela, qui savent qu'au travail du négatif la poésie doit adjoindre un expérience du positif, une reconnaisssance de ce que l'existence peut avoir de plein, un project de "changer la vie¨ pour qu'elle soit plus équilibrée, plus heureuse. Et c'est pourquoi il lui était naturel, et même facile, d'être à la fois celui qui écrit des poèmes avec toutes les ressources de l'écriture, puisant au plus secret du langage, et l'observateur attentif des façons d'être des autres, que ceux-ci soient de grands mystiques, des individus d'exception, ou les représentants de la société la plus ordinaire en ses besoins légitimes. Qu' est ce qu' être ainsi celui qui critique les discours stéreotypés mensongers, mais également celui qui sait reconnaitre la qualité inhérente à la vie humaine, en dépit des aberrations dans lesquelles les idéologies du XXème siècle et du notre l'ont entrainée, pour notre malheur à tous? c'est èvidemment etre par excellence, un politique, un etre fait pur guider, pour gérer, le groupe social autant que pour lui offrir dans des oeuvres faites de mots des exemples indéfiniment méditables. Octavio Paz était de cette espèce rare, aussi rare que bénéfique: un poète citoyen, un poète engagé dans le devenir de la société et du monde. Un de ceux dont le besoin se fait de plus en plus ressentir, hélas, en ce début aujourd'hui d'une ère nouvelle. Et c'est pourquoi aussi il est présent si souvent dans notre pensée et dans nos coeurs.

Yves Bonnefoy.

Espero Curarme de Ti


Espero curarme de ti en unos días. Debo dejar de fumarte, de beberte, de pensarte. Es posible. Siguiendo las prescripciones de la moral en turno. Me receto tiempo, abstinencia, soledad.

¿Te parece bien que te quiera nada más una semana? No es mucho, ni es poco, es bastante. En una semana se puede reunir todas las palabras de amor que se han pronunciado sobre la tierra y se les puede prender fuego. Te voy a calentar con esa hoguera del amor quemado. Y también el silencio. Porque las mejores palabras del amor están entre dos gentes que no se dicen nada.

Hay que quemar también ese otro lenguaje lateral y subversivo del que ama. (Tú sabes cómo te digo que te quiero cuando digo: «qué calor hace», «dame agua», «¿sabes manejar?», «se hizo de noche»... Entre las gentes, a un lado de tus gentes y las mías, te he dicho «ya es tarde», y tú sabías que decía «te quiero»).

Una semana más para reunir todo el amor del tiempo. Para dártelo. Para que hagas con él lo que quieras: guardarlo, acariciarlo, tirarlo a la basura. No sirve, es cierto. Sólo quiero una semana para entender las cosas. Porque esto es muy parecido a estar saliendo de un manicomio para entrar a un panteón.

Jaime Sabines

Te Quiero a las Diez de la Mañana


y a las once y a las doce del día. Te quiero con toda mi alma y con todo mi cuerpo, a veces, en las tardes de lluvia. Pero a las dos de la tarde, o a las tres, cuando me pongo a pensar en nosotros dos, y tu piensas en la comida o en el trabajo diario, o en las diversiones que no tienes, me pongo a odiarte sordamente, con la mitad del odio que guardo para mí.

Luego vuelvo a quererte, cuando nos acostamos y siento que estas hecha para mí, que de algún modo me lo dicen tu rodilla y tu vientre, que mis manos me convencen de ello, y que no hay otro lugar en donde yo me venga, a donde yo vaya, mejor que tu cuerpo. Tú vienes toda entera a mi encuentro, y los dos desaparecemos un instante, nos metemos en la boca de Dios, hasta que yo te digo que tengo hambre o sueño.

Todos los días te quiero y te odio irremediablemente. Y hay días también, hay horas, en que no te conozco, en que me eres ajena como la mujer de otro. Me preocupan los hombres, me preocupo yom me distraen mis penas. Es probable que no piense en ti durante mucho tiempo. Ya ves. ¿Quién podría quererte menos que yo amor mío?

Testigo de su tiempo, correspondencia entre su ser


El poeta no debe de tocar las puertas,
debe derribarlas,
El poeta no debe esperar a ser un
consagrado,
porque ese día se momifica:
que estudie, que lea, que aprenda,
que abra los ojos para mirar la vida
y ahí encontrará
miles de estímulos vitales,
no premiecitos.
El poeta debe de tener sensibilidad,
y si además recibe estímulos de la
sociedad en que vive ¡que bueno!
y si no los recibe ¡que bueno también!
Las quejas extrapoéticas
no tienen sentido,
ni siquiera eficacia .
Si un poeta escribe para participar
de los juegos florales, está perdido
Es perder el sentido
el orden de la poesía. La poesía es un
puente de comunicación humana.
Es un diario proyector, las inquietudes.


El poeta debe ser testigo de su tiempo.
Debe descubir la realidad y recrearla.
Debe hablar de
lo que en él es vivencia.
El poeta debe ser
fundamentalmente auténtico,
la correspondencia entre su ser
y el mundo que lo rodea.
Si tienes una propensión mística,
por qué no escribirla; si vives sólo
y atormentado en la soledad
¿Por qué no hablar de lo tuyo?
La poesía debe ser
el testimonio de nuestra cotidianeidad
No debes racionalizar el acto poético
porque entonces te estas
falsificando.
La poesía no puede ser una entelequia
también esta en el sentimiento
lo más importante no es tanto el tema
sino el tratamiento del tema
No es lo que dices sino cómo lo dices

Jaime Sabines (1926-1999)