Tuesday, July 1, 2008

Catolicismo y Subdesarrollo.

"¿Tenemos los pueblos de origen católico ese espíritu?

Con relación a la libertad, ya hemos dejado puntualizado que el católico es en principio un ser tutelado, que nace y vive bajo la sujeción de la Iglesia y se acostumbra a actuar con esas restricciones que le vienen de afuera. Es un hombre obediente a la autoridad eclesiástica y habituado a atemperar su crítica. "Hijos fieles y sumisos de la Iglesia" es un elogio habitual del Vaticano a los hombres de Estado de países católicos. "Varones probos y temerosos de Dios" debían ser los tipos humanos que la Iglesia deseaba para colonizar las Indias. En ningún casi se buscaba la altivez ni la dignidad, sino la docilidad y el temor.

¿Pero no es acaso entre los católicos donde surgen los críticos más acerbos y enconados, los librepensadores y laicos, los grandes revolucionarios y los mártires de la igualdad? En alguna medida, si. Pero una cosa es la actividad espontánea, natural, de quien ha hecho un hábito de la libertad y la ejerce como cosa impensada y fluida, y otra distinta el rasgo de independencia que nace como reacción contra el permanente despotismo.
Acosado por restricciones y agobiado de tutelas, el católico se rebelan un día contra las normas y pretende romperlas todas, aun las constructivas y valederas. Enfermo de las reglas, se levanta contra todo control y rechaza cualquier orden pretendiendo vivir sin disciplina, Felipe II quiso hacer de España la nación más católica del orbe...¡ Y la convirtió en la tierra clásica de la anarquía!
La vida del hombre católico parece ser una oscilación permanente entre la obediencia y la rebeldía entre la mansedumbre intelectual y las violentas explosiones de libre pensamiento. Quizás sea por eso que la historia de España y los paises lationamericanos sea la crónica de la inestabilidad y la variación entre estos extremos.

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En la reforma protestante el individuo es el centro de la vida religiosa y a él le compete la tarea y la responsabilidad de buscar y encontrar la verdad. Toda autoridad exterior desaparece en el plano religioso y cada persona pasa a ser su propio sacerdote, su propio obispo, su propio Papa.
Por de pronto, el protestante se vio obligado a pensar, a reflexionar, a decidir. Se encuentra con que ya no tiene un cura o un obispo que le indique la buena doctrina o las normas de comportamiento y, por el contrario, se le entrega la Biblia, done él mismo debe buscar la verdad y las pautas concretas a las que ajustará su conducta.
Esta actitud y práctica constante, esta tarea de dirigir su propia vida espiritual, fueron formando, sin duda, en el protestante un tipo de personalidad seria, grave, responsable. El hombre religioso adquire madurez en este cometido y se habituá a la independencia, a la liberta, a la asunción de sus deberes y obligaciones.

La conciencia para el protestante pasa a tener entonces un valor muy particular y muy distinto del forjado por el catolicismo. El reformado tiene una mente que elabora normas, una conciencia legislativa o pretoriana. Y precisamente porque el protestante crea sus propias reglas o códigos de conducta, la violación de los mismos le resulta muy difícil y dolorosa, pues su incumplimiento llega a entrañar un desgarramiento de su propia personalidad.

La conciencia del católico, en cambio, funciona más bien como un órgano de control de cumplimiento de normas que le son dictadas desde afuera. La autoridad religiosa le indica si puede divorciarse o no, si puede controlar la natalidad y hasta solía decirle qué libros podía leer y qué películas podía ver.

Posiblemente sea por esto que los católicos somos tan propensos a la violación de las normas. No las hemos elaborado nosotros, sino que nos vienen del exterior y, muchas de ellas son de complicado o difícil cumplimiento. Y si no las observamos, también de afuera nos viene el perdón, a través de la absolución que nos administra un sacerdote, alivio espiritual que los protestantes no tienen."

Ignacio García Hamilton.

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