Tuesday, July 8, 2008

La Ausencia Beligerante


El peso del patriarca

Para las generaciones ulteriores al 68, la referencia a Octavio Paz no tenía una connotación simplemente literaria: su figura dividía opiniones y convocaba idolatrías o parricidios en muchos que tal vez ni siquiera lo habían leído. Era tal su presencia en la vida pública, tanta polémica generaban sus pronunciamientos, que la simple mención de su nombre podía ser inconveniente en el salón de clases preparatoriano, anticlimática en una comida familiar y de plano desaconsejable para el romance con una progresista. Adoptar una posición a favor o en contra de Paz era parte de los ritos de pasaje y de la formación de identidad de cualquier aspirante a intelectual mexicano. El sólo hecho de poseer sus libros requería una explicación, que muchos eludían intentando fragmentar la obra o la persona, con esas frecuente frases de disculpa-descalificación, como: “Es un buen poeta, ay, pero sus ideas”. Claro, mucho había de caricatura dogmática en la animadversión de la izquierda hacia Paz, aunque también algo de engolamiento en la interpretación paziana del intelectual-sólo-contra-el
-mundo. Lo cierto es que, a lo largo de su trayectoria, la opinión y la influencia de Paz se propagaron por innumerables campos, desde la crítica literaria hasta la ciencia política, pasando por la antropología y las artes plásticas. Ya para su madurez, el peso de Octavio Paz en la cultura mexicana era imponente: su tarea poética y ensayística, así como su trayectoria pública, aspiraban a fungir como un método de lectura de la cultura de su tiempo, un canon artístico y un paradigma de conducta intelectual.

La maduración de la celebridad

Paz rechazó desde su juventud la idea del escritor recluido en la mera esfera literaria y, en sintonía con la figura romántica y con las necesidades de la época posrevolucionaria en que emergió como intelectual, se asumió como una personalidad proteica. Para Paz, el poeta tenía una misión que iba mucho más allá de hacer versos y que convocaba la intuición y la inteligencia, el pragmatismo y el profetismo, para mediar entre diversos campos de la realidad y superar paradojas irreconciliables. No es extraño entonces que el joven Paz se ocupara de los asuntos artísticos e intelectuales más disímiles: escribió poesía, pero también hizo periodismo, crítica, filosofía y, no hay que olvidarlo, mucha política cultural.

La incursión de Paz en la cultura mexicana e hispanoamericana, el ascenso de su influencia, es, en cierto modo, vertiginoso. Pronto logra descollar como una de las cabezas más visibles de una naciente promoción de poetas y se convierte en una suerte de portavoz generacional; apenas veinteañero se codea, en el Congreso de Escritores antifascistas en Valencia, con las grandes figuras literarias del mundo, comienza su fecundo trabajo de revisión de la literatura mexicana e hispanoamericana y participa impetuosamente en la vida literaria y política.

El largo periplo de Paz por Estados Unidos y Europa, que emprende a partir de los años cuarenta, es fundamental para terminar de formar su perfil poético, crítico e intelectual: el conocimiento de otras tradiciones poéticas le da un matiz distinto a su poesía, que no era moderna en el sentido que el propio Paz le daría a este término; su perspectiva crítica con respecto a la tradición artística hispanoamericana se ensancha y se hace más orgánica y su visión de la historia y la identidad mexicana adquiere una nueva articulación desde la distancia. En un tiempo prodigiosamente corto, entre finales de los cuarenta y mediados de los sesenta, se publican libros fundamentales en la obra de Paz. Aparecen Libertad bajo palabra, una reunión orgánica de su obra de temprana madurez, que lo convierte ya no sólo en un poeta notable sino en el comienzo de un paradigma de innovación; se publica El laberinto de la soledad que recoge toda una tradición hispanoamericana de introspección en las historias y almas nacionales y resume el debate en boga sobre la identidad mexicana; se publica El arco y la lira que analiza ambiciosamente la función y estatuto de la poesía moderna; se publican Las peras del olmo y Corriente alterna, libros donde escoge su genealogía crítica, despliega su capacidad prospectiva con respecto a los desarrollos de las artes y los movimientos sociales juveniles y afina su relación peculiar, estrecha y escéptica a la vez, con las novedades intelectuales de su época.

Estos afanes coinciden con un periodo de modernización social y literaria en México y otros países de América Latina: es la etapa de la actualización de las costumbres, el afán cosmopolita, el florecimiento de un mercado cultural incipiente, la generación de nuevas expectativas sociales y culturales y el surgimiento de una camada de artistas desafectos al nacionalismo ancestral. Todo ello contribuye a que, en todos lados, haya un ambiente más propicio para la recepción de las ideas de Paz. En Europa, Paz representa una voz hispanoamericana, moderna y teñida de universalismo; en México, su poderosa vocación, ambición y novedad artística despiertan una corriente de simpatía con muchos de los creadores inconformistas de las generaciones más recientes. Ya hacia fines de los años sesenta, Paz es una presencia esencial en la cultura; sin embargo, su inserción definitiva en la vida pública es indisoluble de su actitud en 1968. Con su renuncia al puesto de embajador en la India en protesta por la represión gubernamental al movimiento estudiantil mexicano del 68, Paz se convierte en un símbolo de la rebeldía, y su personalidad, polémica y vivaz, pero hasta entonces relativamente retraída al campo cultural, incursiona de lleno en el debate público.

El arte de decepcionar

En la cumbre de su prestigio progresista, Paz elude el papel que muchos le destinaban como un líder cultural y político del cambio de régimen y decide permanecer en la trinchera cultural y ejercer una crítica fundamentalmente moral. Desde esa fecha hasta su muerte, Paz decepciona, en la acepción que Jorge Cuesta le daba a este término, lo que sus diversos públicos esperan de él: decepciona a la izquierda que hubiera querido un estratega, capaz de apuntalar con su prestigio la vía revolucionaria; decepciona también a la derecha y al oficialismo con sus proclamas libertarias, con su crítica a la inopia intelectual de la derecha y su disección del sistema político. Por supuesto, hay muchas contradicciones e incongruencias en la pretensión de Paz por mantenerse como una figura ajena a los intereses políticos y capaz de superar y reconciliar las ideologías en pugna. Sin embargo, su efecto sobre la vida pública es netamente benéfico: plantea temas de debate, argumenta con información, inteligencia y vehemencia. Dicen que es colérico e intolerante, pero tiene el mérito de jamás bajar la voz, ni esconder la mano: discute lo mismo el periplo del amor en Occidente que la coyuntura política norteamericana; se sube al cuadrilátero lo mismo para dar argumentos que para repartir coscorrones. Su presencia es un revulsivo permanente en México (aunque alcanza crecientemente otras latitudes) y se hace patente tanto en los grandes debates como en las discusiones más menudas.

Legados

El legado de Paz es tan amplio como disperso. Sin embargo, es posible mencionar algunos de los cauces temáticos más significativos en que esta influencia se manifiesta, a veces de manera subrepticia:

Una obra poética fundamental que cultiva las más diversas formas, dialoga con las distintas tradiciones y apuesta por la experimentación. Dicha obra permanece no sólo por su valor intrínseco sino porque genera un gusto y una manera de leer en Hispanoamérica.

Un canon de la literatura mexicana e hispanoamericana formado a través de una actividad múltiple como historiador, ensayista, antólogo, editor e incluso promotor de nuevos valores, que se integra en una visión orgánica de la tradición.

Una perspectiva de la identidad del mexicano que se convierte en parte significativa de la autoimagen moderna y que también se exporta como el símbolo de la mexicanidad universal en el exterior.

Una labor constante de reflexión sobre la poesía, la cual se refleja en una serie de poéticas, no siempre consistentes ni conectadas entre sí, que buscan definir la función y el estatus de la poesía en la vida contemporánea; establecer una genealogía del movimiento poético moderno y brindar parámetros para la apreciación y juicio de lo que es y no es poesía moderna.

Un acervo de reflexión y pensamiento sobre la política internacional que, pese a la falta de un sistema y un aparato especializado, abunda en intuiciones y se vuelve parte significativa del debate marcado por la Guerra Fría.

Un conjunto de reflexiones sobre la vida política mexicana e hispanoamericana que, nuevamente sin el refinamiento de las especialidades, analiza de manera aguda fenómenos como la naturaleza del sistema político, las limitaciones de la izquierda, el crecimiento del Estado o las perversiones e insuficiencias de la democracia.

Inercias

Muchas de sus perspectivas literarias y políticas se han convertido en patrimonio común y acaso también en lugar común de la percepción de la cultura y el arte en México y otros países. Desgraciadamente, pese a la inmensa bibliografía que existe sobre Paz, todavía muchas de sus ideas se combaten o aceptan de manera casi automática. Piénsese, por mencionar sólo algunos ejemplos, en tres formas de influencia intelectual insuficientemente escrutadas en su pensamiento y su actividad.

Primero, su aproximación a la historia y la caracterología mexicana (y en cierto modo hispanoamericana) expresada inicialmente en El laberinto de la soledad y continuada en Posdata. A partir de una vieja tradición hispanoamericana de autoindagación, Paz tuvo el talento, en el caso mexicano, de resumir una serie de intuiciones inconexas, trabajos académicos, consejas y darles una formulación casi definitiva. El laberinto de la soledad es un libro-emblema que, al mismo tiempo que consolidó la ascendencia de Octavio Paz en la cultura nacional, plasmó en la conciencia colectiva una perspectiva histórica y una figura mítica del mexicano. Con una gran capacidad para sintetizar los dilemas recurrentes de la nación, para mezclar instrumentos analíticos de diversas disciplinas y para crear un género provisto de atractivo y vigor polémico, El laberinto… ingresó a ese selecto grupo de libros que forman la biblioteca básica de un país y que influyen en la creación de un horizonte de significados e imágenes comunes. Sin embargo, como en algún momento lo ha sugerido Roger Bartra en su Jaula de la melancolía, El laberinto…, como gran parte de la literatura sobre la identidad, también incurre en inferencias históricas arbitrarias, en metáforas biológicas caprichosas acerca de los organismos sociales y sobre todo en un ejercicio de mitificación de la nacionalidad que oculta las divisiones y estratificaciones reales. Desgraciadamente, fuera de las aproximaciones pioneras de Jorge Aguilar Mora o del propio Bartra, el discurso sobre la identidad de Paz murió de muerte natural, envejecido por las nuevas realidades, antes que sujeto a un saludable parricidio.

Otro aspecto insuficientemente discutido de la obra de Paz sería su discurso de poética. Paz, como es sabido, no sólo se ocupó de crear un canon doméstico, sino que practicó una indagación de más amplio alcance sobre la expresión poética y la situación de la poesía en la edad moderna y difundió ante un vasto público sus reflexiones en torno a la naturaleza de la experiencia poética (en El arco y la lira), a la identidad y genealogía de la poesía moderna (en Los hijos del limo) y su reflexión sobre el destino de la poesía en una sociedad donde la palabra parece desahuciada (en La otra voz). Esta trama crítica contribuyó a arraigar un mapa y una conciencia de la poesía moderna. Sin embargo, su pensamiento poético, sobre todo cuando es interpretado casi religiosamente por espíritus críticos poco flexibles, también se ha convertido en un dogma que genera exclusiones críticas y que corre el riesgo de disminuir la concepción del valor poético exclusivamente a los rasgos de contemporaneidad, experimentación y ruptura.

Un tercer aspecto de su legado, insuficientemente estudiado, es su personificación de la figura del intelectual, que aún hoy se cataloga ya sea de héroe “independiente” o de celebridad al servicio del dinero y del imperio. Paz es una de las figuras intelectuales más complejas y completas y en su actividad llegó a encarnar arquetipos contradictorios. Paz estaba muy consciente de su papel estelar en la tradición literaria moderna y sabía que sus actitudes y expresiones tendrían una resonancia en la posteridad. Por eso, el interés personal en la construcción de su figura pública y la obsesión por resaltar la congruencia y continuidad de su obra y actitudes, por establecer su lugar en el panteón literario moderno y, en fin, por configurar al personaje, independiente y libertario que, con más cabalidad, encarnó a partir de los años setenta. Sin embargo, es importante no perder de vista las tensiones y contradicciones que caracterizaron este arquetipo intelectual, por ejemplo: reputarse como un lobo solitario y, al mismo tiempo, encabezar un grupo intelectual poderoso con intereses, filias y fobias muy concretas; proclamar la independencia del hombre de letras con respecto al poder y, al mismo tiempo, reclamar para el creador un aparato de bienestar sufragado por el Estado; asumir un paradigma romántico y al mismo tiempo esgrimir, en muchas circunstancias, un descarnado utilitarismo; proclamarse un observador marginal pero, a la vez, ejercer implacablemente el poder literario y aceptar las deferencias de las cortes políticas e intelectuales.

La voluntad de leer

En fin, son muchísimos los vestigios de la obra de Paz en la cultura mexicana que han sido insuficientemente discutidos. La camorra ideológica dificultó una ponderación equilibrada de Paz. Su aplastante prominencia intelectual, su temperamento beligerante y su poder real sin duda hacían sumamente costosa y pobremente retribuida la aventura de criticar su obra si no se pertenecía a otro grupo de poder. Por otro lado, sus adversarios pocas veces mostraron la generosidad y la objetividad para intentar una evaluación equilibrada de las aportaciones y deudas de Paz y muy a menudo se conformaron con las formas más viscerales de descalificación.

Por la naturaleza del conocimiento y del debate público actual, es imposible que algún otro autor pueda ejercer, como lo hizo Paz, una presencia tan amplia y polémica en tantos campos del saber o de la actividad pública. Sin embargo, faltan todavía muchas operaciones críticas para evaluar más adecuadamente el peso de Paz en la cultura mexicana, con todo su vigor, complejidad y contradicciones. La tarea de valorar una obra tan vasta y viva exige el concurso de variadas competencias académicas, requiere de nuevas generaciones de estudiosos pero, sobre todo, precisa la voluntad de volver a leer verdaderamente el legado artístico e intelectual de un autor que todavía está expuesto al vituperio o la condescendencia maquinales.

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